El Patrón que Conecta: Fractales, Hologramas y la Mente Dual

El Patrón que Conecta: Fractales, Hologramas y la Mente Dual

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Índice

Introducción

La búsqueda de patrones unificadores para organizar el conocimiento ha sido una constante en filosofía y ciencia. Desde Aristóteles hasta pensadores modernos, la analogía ha servido como herramienta para conectar ideas de distintos ámbitos​. En este ensayo exploramos la hipótesis de que el conocimiento podría estructurarse mediante un patrón dualfractal y holográfico– sustentado en dos formas de analogía complementarias. Por un lado, la analogía de proporcionalidad, que relaciona dos pares de elementos mediante una similitud de relaciones (A es a B como C es a D), revelando patrones fractalmente auto-semejantes a diferentes escalas. Por otro lado, la analogía de atribución, que vincula diversos sujetos por un atributo común (A y C comparten X), generando una red holográfica donde cada parte refleja al todo en cierto sentido​. Estas dos modalidades analógicas apuntan a estructuras epistemológicas duales: una enfatiza la correspondencia estructural y la lógica reductiva, y la otra la resonancia cualitativa y la conexión holística.

Este marco dual tiene ecos en múltiples campos. En física, recuerda la dualidad partícula/onda: la perspectiva “partícula” se asemeja a una visión fractal, discreta y localizable, mientras que la perspectiva “onda” refleja una visión holográfica, continua y distribuida​. En la cognición, evoca las funciones contrastantes de los hemisferios cerebrales: el hemisferio izquierdo, analítico y secuencial, frente al hemisferio derecho, sintético e intuitivo. Incluso a nivel lógico se manifiesta esta dualidad: la analogía fractal opera bajo el principio clásico del tercero excluido (distinciones claras, categorías excluyentes), mientras que la analogía holográfica requiere una lógica más flexible de tercero incluido (donde pueden coexistir aparentes contradicciones)​. A continuación, desarrollaremos cada una de estas formas de analogía en detalle, examinando sus bases conceptuales y sus relaciones con la física (clásica y cuántica), con la lateralización cerebral y con los principios lógicos de exclusión o inclusión. Referencias a autores como Niels Bohr, Werner Heisenberg, Gregory Bateson, Edgar Morin, Roger Sperry e Iain McGilchrist, entre otros, nos ayudarán a fundamentar y enriquecer esta exploración interdisciplinaria.

Analogía de proporcionalidad: fractalidad y pensamiento lógico


La analogía de proporcionalidad consiste en establecer una equivalencia entre relaciones: “A es a B como C es a D”. No compara objetos aislados, sino la estructura relacional entre pares de elementos​. Por ejemplo, Aristóteles ya ilustraba este tipo de analogía: “el ojo es al cuerpo como la razón es al alma”, señalando una similitud funcional entre dos relaciones en dominios distintos. Tomás de Aquino sistematizó su uso distinguiéndola claramente de la analogía por atribución en la escolástica medieval​. En términos modernos, esta analogía tiene propiedades fractales, pues el mismo esquema relacional puede repetirse a diferentes escalas o contextos del saber. Igual que un fractal geométrico replica un patrón básico en múltiples niveles de magnificación, la analogía de proporcionalidad permite que ciertos patrones conceptuales se reiteren en diversas disciplinas, sugiriendo una auto-semejanza en la arquitectura del conocimiento​. Gregory Bateson apuntó precisamente a la existencia de tales “patrones que conectan” fenómenos muy dispares: se preguntaba “¿cuál es la pauta que conecta al cangrejo con la langosta, la orquídea con la rosa, y a los cuatro conmigo?”​, enfatizando que la comprensión surge al identificar relaciones isomórficas subyacentes entre distintos seres o ideas.

Esta forma de analogía favorece un pensamiento analítico y lógico. Al comparar estructuras formales, opera mediante distinciones claras y posiciones definidas de cada elemento en la relación. Se asemeja, metafóricamente, a considerar las ideas como partículas bien delimitadas que interactúan en proporciones fijas. No sorprende que funcione bajo una “lógica de exclusión”​: para que la analogía proporcional A:B :: C:D sea rigurosamente válida, cada término y cada relación deben ocupar su lugar preciso, sin ambigüedades. Esto refleja el principio lógico clásico del tercero excluido, formulado por Aristóteles, según el cual ante una proposición y su negación, una de las dos ha de ser verdadera sin tercera opción posible​. Análogamente, en la analogía de proporcionalidad algo o bien encaja en la relación propuesta o bien no encaja; no caben estados intermedios sin romper la proporción. Esta nitidez aporta rigor y precisión, cualidades por las cuales esta analogía ha sido apreciada en ciencia y filosofía​. De hecho, buena parte de la ciencia clásica procedió trazando analogías proporcionales entre distintos fenómenos, buscando leyes universales con la misma estructura: por ejemplo, la fuerza gravitatoria newtoniana y la fuerza electrostática de Coulomb comparten la misma relación matemática (inversa al cuadrado de la distancia), lo que reveló una correspondencia formal profunda entre gravitación y electromagnetismo. Aquí vemos un patrón análogo repetido en dominios distintos, es decir, un atisbo de fractalidad en las leyes de la naturaleza.

La mentalidad asociada a esta estructura es la del hemisferio izquierdo cerebral, tradicionalmente vinculado al procesamiento secuencial, la lógica y la reducción de la realidad en partes manejables. Investigaciones clásicas de Roger W. Sperry con pacientes de cerebro dividido mostraron que el hemisferio izquierdo se especializa en lenguaje, análisis y razonamiento lineal, “reduciendo la realidad a partes aisladas” para manejarlas mejor. Iain McGilchrist, por su parte, señala que el modo izquierdo tiende a fragmentar y clasificar la experiencia, perdiendo de vista el contexto global​. Esto se corresponde con la analogía de proporcionalidad: cada componente de la relación analógica se considera por separado en su rol (A frente a B, C frente a D), y la mente izquierda evalúa metódicamente la equivalencia de relaciones. El pensamiento resultante es reductivo (descompone problemas en sub-problemas análogos) y determinista, muy afín al espíritu de la física clásica. En efecto, la física clásica newtoniana y mecanicista buscaba explicaciones claras y diferenciadas –posición o no posición, partícula aquí o allá– y se basaba en la idea de que con suficiente información de las partes se podía predecir el comportamiento del todo (principio de causalidad estricta). Esta visión casaba perfectamente con el principio de tertium non datur (no hay tercer estado) y con una concepción “particular” de la realidad: el mundo como agregado de piezas definidas.

Podemos asociar la analogía de proporcionalidad con la “naturaleza de partícula” de la realidad. Si utilizamos la dualidad cuántica como metáfora, esta modalidad se asemeja a cuando observamos un fenómeno como partícula: con posición y estado bien definidos, distinto de otros y sin superposiciones. En términos del filósofo de la ciencia Karl Popper, es un modo de conocimiento que enfatiza la conjetura y refutación precisa –una hipótesis analógica es o no es válida–, sin gradaciones. Esta aproximación ha brindado enormes éxitos en ámbitos donde la claridad y la estructura son esenciales, desde la lógica matemática hasta la ingeniería. Sin embargo, como veremos, es solo una de las mitades del “patrón dual” del conocimiento. Para abarcar aspectos más complejos, dinámicos o sutiles de la realidad, necesitamos complementarla con otra forma de analogía, de carácter más inclusivo y holístico, análoga a la “naturaleza de onda”.

Analogía de atribución: holografía y pensamiento intuitivo

Frente al enfoque anterior, la analogía de atribución opera de modo distinto: en vez de comparar relaciones formales entre pares, atribuye un mismo concepto o cualidad a múltiples realidades de manera jerárquica y participativa​. Aquí existe normalmente un analogado principal –un sujeto en el que la propiedad se realiza en sentido pleno– y analogados secundarios que poseen esa propiedad de forma derivada o parcial​. Un ejemplo clásico en filosofía es la analogía del ser o de la “bondad” en Tomás de Aquino: todas las cosas son (tienen ser) de modo análogo porque participan del Ser por excelencia (Dios), o diversas cosas son llamadas “buenas” por referencia al Bien absoluto como fuente. Otro ejemplo más cotidiano: llamamos “sano” a un niño, a una comida o a un ambiente; no en el mismo sentido unívoco, pero hay una atribución analógica porque todos remiten a la idea de salud. Solo el analogado principal (por ejemplo, la persona saludable) posee la cualidad en sí misma; los demás la poseen por relación (la comida es sana porque produce salud en la persona). Esta forma de analogía crea una red de conexiones basada en una esencia o atributo compartido.

La estructura resultante es comparable a un holograma. En un holograma físico, cada fragmento de la placa holográfica contiene información de la imagen completa: de manera sorprendente, “el todo está en la parte” y viceversa​. Análogamente, en la analogía de atribución cada elemento refleja, a su nivel, el atributo global que define al conjunto. Se produce una visión inclusiva: los distintos sujetos análogos se unifican porque todos comparten algo esencial, una misma cualidad presente en todos, aunque sea en grados o formas diferentes. Por eso se dice que sigue un “principio de inclusión”: en lugar de excluir categorías (A o no-A), esta lógica incluye a múltiples elementos bajo una misma familia conceptual amplia. La analogía de atribución tiende puentes entre dominios lejanos mediante metáforas, símbolos o imágenes holísticas. Por ejemplo, cuando en biología y sociología hablamos de “evolución”, aplicamos por atribución un mismo concepto tanto a especies vivientes como a culturas o incluso estrellas, asumiendo que comparten análogamente cierta dinámica de cambio y complejidad creciente. Cada dominio “evoluciona” a su manera, pero todos remiten a una noción común de evolución. Esta circulación de un mismo significado a través de distintos niveles es holográfica: la idea general (el todo) se refleja en cada caso particular (parte).

Cognitivamente, este modo de analogía está asociado al pensamiento intuitivo y holístico, característico del hemisferio derecho cerebral. El hemisferio derecho se especializa en síntesis, en captar configuraciones globales y patrones generales más que detalles aislados. McGilchrist señala que la mente derecha integra contexto y ve la totalidad donde la izquierda ve partes sueltas. Así, mientras el pensamiento izquierdo distingue y separa, el derecho relaciona y une. La analogía de atribución justamente busca concordancias cualitativas más que proporciones cuantitativas: identifica esencias comunes. Esto se logra mediante una suerte de pensamiento metafórico, con conexiones difusas pero profundas. No es casual que muchas innovaciones creativas surjan de analogías intuitivas: por ejemplo, el físico Niels Bohr se inspiró en la metáfora del yin-yang para concebir su principio de complementariedad, integrando la dualidad onda/partícula en un todo coherente. Bohr incluso adoptó el símbolo taoísta del Taijitu (yin-yang) en su escudo de armas con el lema “contraria sunt complementa” (“los opuestos son complementarios”)​, reconociendo que dos aspectos opuestos de la realidad podían unirse en una visión holística. En la analogía de atribución ocurre algo afín: atributos en principio contrarios o separados (p.ej., “corpuscular” y “ondulatorio”) pueden reconciliarse si se los considera manifestaciones parciales de una verdad más profunda que los engloba.

Cabe resaltar que este tipo de pensamiento requiere trascender la lógica bivalente clásica. En la lógica aristotélica, A y no-A no pueden ser verdaderos a la vez (principio de no contradicción) y no hay una tercera opción intermedia (principio de tercero excluido). Sin embargo, la realidad compleja a veces desafía estos postulados. La física cuántica proporciona ejemplos elocuentes: un mismo objeto cuántico (un electrón, un fotón) puede exhibir comportamiento de partícula y de onda según el experimento, algo impensable desde la lógica binaria estricta. Bohr abordó esta paradoja con la idea de complementariedad, aceptando que las descripciones corpuscular y ondulatoria son mutuamente excluyentes en un experimento dado, pero complementarias para entender la totalidad del fenómeno​. Es decir, la verdad cuántica requiere mantener dos aspectos opuestos como verdaderos, cada uno en su contexto. Esto es precisamente lo que permite una lógica del tercero incluido: encontrar un marco mayor donde dos contradicciones puedan coexistir sin anularse. El filósofo Stéphane Lupasco propuso a mediados del siglo XX una “lógica dinámica de los contradictorios” basada en la noción de un tercero incluido, que extiende la lógica clásica en lugar de abolirla. Según esta lógica, dos estados opuestos pueden reconciliarse en un nivel de realidad más complejo que los contiene a ambos​. Edgar Morin la describe así: “la lógica del tercero incluido […] incorpora al ‘tercero excluido’ característico de la lógica clásica, en un nivel de realidad incluyente en el cual coexisten los contradictorios”. Un ejemplo claro, dado por Morin, es el ya mencionado caso cuántico: en la física clásica, la materia o es partícula o es onda (visión excluyente); la física cuántica en cambio concibe la materia simultáneamente como onda y partícula, resolviendo la contradicción en un nuevo nivel de realidad. Esta es una visión holográfica del conocimiento: integrar las perspectivas aparentemente incompatibles en una comprensión unificada donde cada “parte” (onda, partícula) incluye algo de la otra dentro de un todo coherente.

En la analogía de atribución, por tanto, subyace una lógica flexible y dialéctica. No se trata de que cualquier cosa valga (no es un relativismo sin normas), sino de reconocer que muchos conceptos operan de forma polisémica o análoga según el contexto, y que la mente debe poder incluir más de un significado o perspectiva a la vez. Esto está alineado con el pensamiento complejo contemporáneo. Morin habla del principio dialógico: la asociación de dos términos a la vez opuestos y complementarios​. La analogía holográfica es dialógica en cuanto une lo que la lógica simple separaría. Así como en un holograma físico cada punto contiene la imagen entera, en la cognición cada idea particular puede contener ecos o resonancias de una totalidad mayor de significados. Este enfoque intuitivo a menudo guía los avances en arte, en ciencia (vía metáforas científicas) e incluso en la comprensión espiritual, donde lo particular se ve como manifestación de lo universal.

Un rasgo destacable es que la analogía de atribución facilita ver conexiones interdisciplinarias. Donde el análisis tradicional ve compartimentos estancos, este pensamiento ve hilos conductores. Es la base de visiones integradoras: por ejemplo, la noción de ecosistema en biología puede analogarse con sistemas en sociología o tecnología, atribuyendo a todos el carácter de sistema autoorganizado. Cada disciplina refleja así, en pequeño, principios que también operan en otras –una idea muy cercana a la organización holofractal del conocimiento que algunos autores proponen. En suma, la analogía de atribución nos entrena en pensar en red, a reconocer patrones globales y a concebir que el todo se manifiesta en las partes. Es un pensamiento más difuso que el lógico-formal, pero indispensable para abordar fenómenos complejos donde intervienen múltiples factores entrelazados.

Hemisferios cerebrales y complementariedad dual

Las dos formas de analogía descritas parecen repartirse de forma natural entre las capacidades de nuestros dos hemisferios cerebrales. Diversos estudios neurocientíficos, iniciados por Roger Sperry en los años 60, demostraron una cierta lateralización funcional del cerebro. El hemisferio izquierdo se asoció con la racionalidad analítica, el lenguaje formal, la secuencialidad y la atención a detalles diferenciados, mientras que el hemisferio derecho se vinculó con la percepción holística, la intuición, el procesamiento visoespacial y la detección de patrones generales​. McGilchrist resume esta dicotomía señalando que el hemisferio izquierdo “tiende a reducir la realidad a partes aisladas y perder de vista la totalidad”, en tanto el derecho capta “la riqueza y complejidad del mundo en su conjunto”. Esta división no es absoluta –el cerebro funciona como un sistema integrado–, pero ilustra dos modos de conocer complementarios.

Podemos mapear la analogía de proporcionalidad con el estilo cognitivo izquierdo (reductivo, distinguido) y la de atribución con el derecho (conectivo, global). El hemisferio izquierdo, al privilegiar la lógica y la exactitud, sería el asiento natural de las operaciones analógicas proporcionales (A:B::C:D), que requieren definir con nitidez cada elemento y su relación. Por el contrario, el hemisferio derecho, más cómodo con metáforas, ambigüedades creativas y contextos amplios, favorecería las analogías atributivas, encontrando semejanzas difusas pero significativas entre cosas dispares. De hecho, experimentos con pacientes de cerebro dividido mostraron que solo con el hemisferio derecho pueden entenderse ciertos tipos de metáforas o humor, que implican asociaciones no literales (un tipo de analogía por atribución), mientras que el hemisferio izquierdo aislado tiende a interpretaciones literales y le cuesta captar dobles sentidos. Esto sugiere que la intuición metafórica reside predominantemente en la red derecha, complementando el razonamiento analógico formal de la izquierda.

La complementariedad es clave: nuestro cerebro completo integra ambos modos para lograr un pensamiento realmente poderoso. Un individuo creativo y riguroso a la vez utiliza analogías de proporcionalidad para estructurar sus ideas y analogías de atribución para generar nuevas conexiones y sentidos. Como dice una máxima atribuida a Bohr, “lo opuesto de una verdad profunda bien puede ser otra verdad profunda”​. Aplicado a nuestro tema: la “verdad” captada por el enfoque lógico-fractal y la “verdad” captada por el enfoque intuitivo-holográfico son distintas pero igualmente valiosas; lejos de excluirse, se complementan enriqueciendo la comprensión global. Mantener solo el pensamiento analítico nos da conocimiento preciso pero fragmentario; mantener solo el pensamiento holístico nos da visiones amplias pero difusas. Integrarlos permite aspirar a un conocimiento más completo. En palabras de Edgar Morin, debemos aprender a “unir dos modos de conocimiento sin confundirlos ni reducir uno al otro”, lo que él llama un principio dialógico de unidad en la diversidad​. Morin y otros autores de la complejidad subrayan que las dualidades como orden/caos, razón/emoción o hemisferio izquierdo/derecho no son dualismos irreconciliables, sino pares complementarios que hay que gestionar conjuntamente.

La metáfora de la dualidad onda-partícula nuevamente ilumina este punto, ahora a nivel neuro-epistémico. Así como la física cuántica entiende que la luz o la materia no son onda o partícula excluyentemente, sino que exhiben aspectos de ambas según la interacción, podríamos decir que la mente humana no es analítica o intuitiva exclusivamente, sino potencialmente ambas. El hemisferio izquierdo actúa como la “partícula”: focalizado, definido, separado (piénsese en la atención focal que aísla un detalle). El hemisferio derecho opera como la “onda”: difuso, global, interconectado (abarca simultáneamente múltiples inputs y los sitúa en contexto)​. Un cerebro sano y creativo permite la superposición de ambos estados mentales: podemos ser lógicos e intuitivos a la vez, alternando o integrando perspectivas según la tarea. Esta integración correspondería a un “tercero incluido” en el plano cognitivo: una mente capaz de conciliar la dicotomía hemisférica en un nivel superior de funcionamiento unificado.

Cabe señalar que la cultura occidental, especialmente desde la Ilustración, ha tendido a privilegiar el modo de pensamiento izquierdo (analítico-racional) en detrimento del derecho (simbólico-intuitivo). McGilchrist argumenta que esto ha llevado a un desequilibrio societal, donde se sobrevalora lo cuantificable y se subestima lo cualitativo, fragmentando nuestra visión del mundo. En consecuencia, disciplinas enteras han quedado divorciadas entre sí: ciencias vs. humanidades, por ejemplo. Sin embargo, hay indicios de cambio hacia enfoques más integradores. Las investigaciones sobre creatividad e insight muestran la importancia de las conexiones espontáneas (hemisferio derecho) preparadas sobre un andamiaje de conocimiento estructurado (hemisferio izquierdo). En pedagogía se promueve desarrollar ambos hemisferios, combinando pensamiento crítico y pensamiento creativo. Y en filosofía de la ciencia, autores como Morin abogan por un “pensamiento complejo” que teja las aportaciones de ambas formas mentales. Así, la integración hemisférica no es solo un hecho neurofisiológico, sino un ideal epistemológico: aprovechar el “doble poder” de nuestra mente dual para organizar el conocimiento de modo más completo y equilibrado.

Del tercero excluido al tercero incluido: hacia una lógica integradora

La distinción entre un patrón fractal-excluyente y uno holográfico-incluyente nos lleva finalmente a considerar sus fundamentos lógicos. La lógica clásica bivalente, heredada de Aristóteles, se articula en tres principios: identidad, no contradicción y tercero excluido. Este último afirma que dada una proposición cualquiera, o esa proposición es verdadera o su negación lo es; no existe una tercera posibilidad distinta de verdadero o falso. Este principio –tertium non datur– subyace a la claridad de la analogía de proporcionalidad: en una relación A:B :: C:D bien formulada, algo o guarda la proporción o no la guarda, sin términos medios ambiguos. Es el tipo de lógica que ha dominado la ciencia clásica y el pensamiento occidental, proporcionando certeza en la deducción y categorización. Sin embargo, sus límites emergen cuando enfrentamos sistemas complejos, paradojas o fenómenos donde la distinción nítida entre A y no-A se difumina.

Ya a finales del siglo XIX y XX, con el auge de las geometrías no euclidianas, las lógicas multivalentes de Łukasiewicz o la mecánica cuántica, se empezó a cuestionar la universalidad del tercero excluido. La física cuántica, en particular, forzó a replantear los cimientos lógicos: como vimos, partículas subatómicas pueden ocupar estados de superposición (ni totalmente aquí ni allá, sino “ambos a la vez” de cierta forma), algo inadmisible en la lógica binaria clásica. Werner Heisenberg, al formular el principio de incertidumbre, mostró que no podemos asignar simultáneamente valores definidos a pares de variables complementarias (posición y momento) –el acto de observar altera lo observado–, lo que implica que las propiedades de un sistema no existen con independencia absoluta del contexto de medición. Como dijo Heisenberg, “lo que observamos no es la naturaleza en sí misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método de cuestionamiento”. Esta cita subraya que el sujeto y el objeto se imbrican: la realidad conocida resulta de la interacción entre ambos, rompiendo la separación neta. En términos lógicos, ya no es sostenible una dicotomía rígida porque el observador (A) y lo observado (no-A) se entrelazan.

En filosofía y teoría del conocimiento, estas lecciones inspiraron a pensadores a desarrollar lógicas más comprensivas. Stéphane Lupasco, como mencionamos, propuso una lógica trivalente en la cual a cualquier par de opuestos (A y no-A) les corresponde un tercer estado T que representa su coexistencia en diferente grado​. En su “lógica dinámica de los contradictorios”, A y no-A no se anulan totalmente, sino que cada uno posee una parte de realidad y existe un estado T en el que ambos coexisten parcialmente (un equilibrio dinámico)​. Esta idea fue retomada por Basarab Nicolescu en el contexto de la transdisciplinariedad, formulando el Principio del Tercero Incluido para el diálogo entre ciencia y humanidades. Nicolescu sostiene que entre dos niveles de realidad contradictorios puede existir un nivel intermedio que los medie, permitiendo una transición continua entre perspectivas opuestas​​. Edgar Morin incorporó este principio al pensamiento complejo, argumentando que solo reconociendo al tercero incluido podemos pensar adecuadamente fenómenos complejos en los que cohabitan orden y desorden, unidad y multiplicidad, etc.

Aplicando esto a nuestro patrón dual: la estructura fractal del conocimiento se sustenta en el tercero excluido (cada nivel o elemento es distinto, no hay superposiciones indebidas), mientras que la estructura holográfica exige el tercero incluido (cada parte puede contener al todo, las categorías se superponen en cierto nivel superior). Lejos de ser sistemas lógicos incompatibles, uno puede englobar al otro. De hecho, Lupasco afirmaba que su lógica englobaba a la clásica como caso particular​. Podemos imaginar que en situaciones bien delimitadas y simples, seguimos usando la lógica bivalente tradicional (útil y válida en ese rango); pero para integrar las piezas en un esquema mayor, invocamos la lógica del tercero incluido que nos permite saltar de un subsistema a otro sin caer en contradicciones insolubles. Es decir, la lógica de inclusión no destruye la de exclusión, sino que la coloca en un contexto más amplio. Un fractal matemático, por ejemplo, cumple localmente reglas nítidas (exclusivas), pero globalmente genera una forma quizá paradójica o autosimilar que desafía la intuición lineal. Un holograma digital se construye con bits 0/1 (lógica booleana excluyente), pero el resultado final es una imagen donde cada píxel codifica información de todo el objeto (propiedad incluyente). Así, la dialéctica tercero excluido-tercero incluido podría verse no como una disyuntiva sino como una secuencia: primero separar y distinguir (fractalizar el conocimiento en analogías de proporcionalidad bien definidas) y luego volver a unir en un nivel superior (holografiar el conocimiento mediante analogías de atribución que incluyen a las primeras).

Las implicaciones de adoptar conscientemente la lógica del tercero incluido son profundas. Significa aceptar que en muchas cuestiones complejas dos afirmaciones opuestas pueden ser verdaderas simultáneamente, bajo diferentes aspectos o niveles. Por ejemplo, desde un punto de vista científico clásico es verdadero que los seres vivos son máquinas bioquímicas (visión reduccionista), pero desde otro punto de vista también es verdadero que poseen mente, intencionalidad y cualidades emergentes no reducibles (visión holista). En una visión simplista, estas afirmaciones se contradicen; en una visión compleja, ambas son verdaderas y se complementan: necesitamos incluir al “tercero” que medie entre materia y mente, quizá a través de conceptos como sistemas autoorganizativos, información, emergencia. De hecho, la ciencia de la complejidad ha introducido nuevos marcos donde conviven azar y necesidad (Prigogine), orden y caos (Lorenz), partícula y campo (teoría cuántica de campos), etc., demostrando en la práctica la fecundidad de pensar más allá del tertium non datur.

Implicaciones filosóficas y científicas del modelo dual

Adoptar el modelo dual fractal-holográfico del conocimiento conlleva múltiples implicaciones. En el plano filosófico-epistemológico, supone abrazar un pluralismo organizado: reconocer que el conocimiento avanza mediante dos vías complementarias –análisis y síntesis, reducción y holismo–, y que una metateoría adecuada debe poder articularlas. Edgar Morin insiste en que debemos superar la disyunción simplificadora que separa disciplinas y saberes, moviéndonos hacia una transdisciplinariedad donde las verdades particulares se entrelacen en una verdad sistémica más amplia. El patrón dual aquí descrito ofrece un lenguaje para esa articulación. La fractalidad del conocimiento implica que podemos encontrar estructuras recurrentes de explicación en diferentes campos (por ejemplo, la teoría de sistemas aplica analogías proporcionales –como retroalimentación, equilibrio inestable, etc.– tanto en ecología, economía o sociología). La holografía del conocimiento implica que también hay principios unitarios que aparecen en distintos niveles (por ejemplo, el concepto de información une la genética, la informática y la teoría de la comunicación, funcionando casi como un holograma conceptual que atraviesa campos). Filósofos como Gregory Bateson y Heinz von Foerster ya vislumbraban algo así al proponer una ecología de la mente, donde la mente individual es parte de un sistema mente-naturaleza mayor​. Bateson hablaba del “patrón que conecta” todas las cosas vivas, casi adelantándose al principio hologramático: “el patrón que conecta… es un tipo de mente mayor de la que los individuos somos subsistemas”, sugirió. Esto tiene resonancias incluso con visiones holísticas antiguas (p.ej. la noción estoica y luego espinozista de que todo lo real forma un Todo donde las partes reflejan al todo). En suma, filosóficamente el modelo fractal-holográfico promueve una síntesis dialéctica: ni monismo reductivo (donde solo hay un patrón uniforme) ni pluralismo caótico (donde nada se conecta con nada), sino una unidad en la diversidad.

En el plano científico, esta hipótesis de organización dual podría orientar nuevas formas de investigación. Por ejemplo, en física teórica ya se exploran conexiones entre la holografía y los principios fundamentales: el Principio Holográfico de Gerard ’t Hooft y Leonard Susskind postula que la información de un volumen de espacio podría estar codificada en su superficie, lo cual sugiere que el universo mismo tendría una estructura holográfica. Al mismo tiempo, fenómenos de escala cosmológica exhiben auto-semejanza fractal (se ha debatido si la distribución de galaxias es fractal en cierto rango de escalas). Un modelo holofractal del cosmos integraría ambas ideas, como ha sido propuesto especulativamente por algunos autores​. Incluso en biología y ciencias de la vida, pensar con esta dualidad puede ser fecundo: los organismos presentan organización fractal (ramificaciones pulmonares, vasos sanguíneos, neuronas, etc., siguen leyes de escala) y a la vez propiedades hologramáticas (cada célula contiene el genoma completo del organismo, el todo en la parte, literalmente​). Esto sugiere que la naturaleza misma opera con eficiencia combinando repetición de patrones y codificación global, y entender esa combinación puede llevar a descubrimientos. Por otro lado, la inteligencia artificial y las ciencias cognitivas podrían beneficiarse de este marco. Las redes neuronales profundas repiten estructuras de conexión (fractalidad de capas) pero aprenden representaciones distribuidas donde cada neurona participa en la representación de muchos conceptos (holografía de la información). Formalizar mejor las analogías de proporcionalidad y atribución podría ayudar a diseñar sistemas de IA más capaces de razonar por analogías y de integrar contexto, emulando en parte los dos hemisferios humanos. De hecho, se ha argumentado que la analogía es “el núcleo del pensamiento” y que modelos computacionales que combinen analogía formal e intuitiva serían más potentes en creatividad y comprensión.

En la educación y gestión del conocimiento, las implicaciones también son significativas. Un currículo verdaderamente integral debería enseñar a los estudiantes tanto a hacer análisis rigurosos (pensamiento fractal-proporcional) como a establecer síntesis holísticas (pensamiento holográfico-atributivo). Actualmente, muchos sistemas educativos se inclinan más por la memorización de datos aislados y la aplicación lineal de reglas (dominancia del hemisferio izquierdo), descuidando la formación de la intuición, la imaginación y la capacidad de ver conexiones transversales. Incorporar métodos que fomenten la metáfora, el aprendizaje por proyectos interdisciplinarios y el pensamiento sistémico ayudaría a equilibrar esta situación. Del mismo modo, en la producción de conocimiento (investigación académica), el modelo sugiere ventajas en alternar enfoques: descomponer un problema en componentes manejables y luego recomponer la visión para no perder totalidad. Este ir y venir recuerda a lo que el filósofo Gustavo Bueno llamaba diálisis (separar conceptos) seguida de síntesis (reunirlos en un todo), o a la circulación recursiva que proponía Morin donde las partes y el todo se informan mutuamente en un proceso continuo.

Finalmente, caben reflexiones ontológicas y hasta espirituales. Un modelo holofractal del conocimiento sugiere que la realidad misma podría tener esas propiedades: fractalidad (patrones repetidos a través de las escalas del ser, desde lo micro a lo macro) y holografía (cada parte contiene una huella de la totalidad). Esta idea resuena con visiones holísticas en filosofías perennes y en corrientes contemporáneas de nueva ciencia. Por ejemplo, algunas interpretaciones de la mecánica cuántica y la relatividad (David Bohm y su orden implicado, o las teorías de campos unificados) apuntan a un universo profundamente interconectado donde las distinciones locales son relativas. Si cada porción del universo lleva información del conjunto, entonces conocer verdaderamente cualquier fenómeno implicaría relacionarlo con muchos otros –un enfoque radicalmente opuesto al reduccionismo extremo que aislaba objetos para entenderlos. Desde esta perspectiva, disciplinas separadas como física, biología, psicología y sociología podrían verse análogas a diferentes “ventanas” a un mismo edificio: cada ventana muestra aspectos de la estructura general. Integrarlas equivaldría a reconstruir la imagen 3D a partir de proyecciones 2D, tarea que justamente requiere analogías y síntesis de diversos tipos. Filósofos de la ciencia como Thomas Kuhn señalaron la importancia de los paradigmas metafóricos en los cambios científicos: aceptar el modelo fractal-holográfico como metáfora organizadora podría allanar el camino hacia una teoría unificada que conecte dominios antes separados. Por ambicioso que suene, al menos proporciona un lenguaje para dialogar entre disciplinas: fractalidad para lo que se repite estructuralmente, holografía para lo que se comparte globalmente.

Conclusión

Hemos explorado la hipótesis de que el conocimiento humano puede organizarse siguiendo un patrón dual fractal-holográfico, representado por dos tipos de analogía fundamentales: la analogía de proporcionalidad, lógica y estructurante, y la analogía de atribución, intuitiva e integradora. Estas dos vías reflejan dualidades profundas –partícula/onda, análisis/síntesis, hemisferio izquierdo/derecho, tercero excluido/tercero incluido– que lejos de ser irreconciliables, se presentan como complementarias en la búsqueda de una comprensión más completa de la realidad. El pensamiento fractal nos da orden, rigor y distinción, mientras que el pensamiento holográfico nos da conexión, contexto y significado global. Al igual que en el símbolo del yin-yang adoptado por Bohr, cada polo contiene en germen al opuesto: en todo análisis subyace la intuición de un todo, y en toda síntesis holística subyacen distinciones particulares.

Filosóficamente, reconocer este patrón dual nos invita a superar reduccionismos y fragmentaciones, avanzando hacia un pensamiento complejo capaz de “tejer” los conocimientos dispersos en un tapiz coherente sin borrar la diversidad de sus hilos. Científicamente, abre la puerta a enfoques interdisciplinarios y metáforas fecundas que pueden catalizar nuevas teorías (como la conciliación de la física cuántica y relativista bajo principios holográficos o fractales). En el terreno de la lógica, nos urge a flexibilizar nuestros esquemas, aceptando que la realidad puede exigirnos lógicas no clásicas donde quepa la conciliación de contrarios en niveles superiores de realidad​. Y en la cognición, nos enseña el valor de equilibrar nuestros “dos cerebros en uno” para alcanzar todo el potencial mental humano​.

En última instancia, la metáfora holofractal del conocimiento encarna la idea de unidad en la multiplicidad: al igual que un holograma compuesto de innumerables fragmentos o un fractal generado por infinitas iteraciones, el saber humano podría ser visto como una construcción colectiva donde cada idea particular refleja y aporta a la visión del conjunto. Este ensayo ha vinculado esa noción con conceptos de la física, la neurociencia y la teoría del conocimiento, mostrando convergencias sugerentes. Quedan muchas preguntas abiertas –¿cómo formalizar matemáticamente estas analogías?, ¿qué evidencias empíricas podrían apoyar este modelo en la práctica científica?–, pero el ejercicio intelectual de pensar por analogías duales ya de por sí enriquece nuestra perspectiva. Como afirmaba Bohr, a veces necesitamos dos verdades aparentemente opuestas para aproximarnos a la verdad profunda​. Del mismo modo, quizá solo integrando el patrón fractal con el holográfico, lo distintivo con lo unitivo, lo analítico con lo intuitivo, logremos acercarnos a una comprensión más plena y coherente del vasto tapiz del conocimiento humano.



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